La semana pasada quedé a cenar con unas amigas y dio la casualidad que era el mismo día que el papa Benedicto XVI renunció al papado y abandonó el Vaticano rumbo a Castel Gandolfo. Además una de mis amigas propuso ir vestidas de “papisas” siguiendo el movimiento de Alejandro Jodorowsky , para reivindicar el papel de la mujer dentro de la jerarquía eclesiástica.
A mi el tema me intrigó bastante, nunca había oído hablar de “las papisas de Jodorowsky”. Hablamos largo y tendido del tema, de cómo se había relegado a las mujeres a un segundo plano en la historia y como poco a poco, socialmente, eso se iba superando, pero en la jerarquía eclesiástica (y no hablamos solo de la iglesia católica) el mando seguía estando en manos de los hombres.
Al día siguiente seguía pensando en el tema, porque había algo que no me cuadraba ¿por qué la mujer para desempeñar puestos de mando (esos que tradicionalmente han estado reservados para los hombres y en algunos casos siguen estándolo) tiene que “disfrazarse” de hombre?
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Papisa Juana |
De hecho la palabra “papisa” viene de la “Papisa Juana” una historia que cuenta como alrededor del año 800 hubo una mujer que accedió al papado de la Iglesia Católica disfrazada de hombre, cuando se descubrió la mentira fue lapidada. Otra vez aparece la idea de que él único camino para alcanzar los mismos derechos es mediante el disfraz.
Es algo que parece que está incorporado a la cultura, porque creo que estamos confundiendo igualdad con derechos.
No somos iguales pero tenemos los mismos derechos. Las mujeres tendrán que encontrar su propio lugar para colocarse en igualdad, pero sin confundirse y disfrazarse de lo masculino. Somos diferentes y desde la aceptación de esto, a lo mejor encontramos el camino para la verdadera igualdad.
También hablamos en nuestra reunión de un libro de Doris Lessing “La grieta”. El libro trata de una comunidad solo habitada por mujeres, donde los niños son concebidos por la luna o el mar. Por miedo a los “atributos” masculinos abandonan a los varones en una roca donde mueren hasta que un bebé varón es salvado por un águila y criado por animales. De esta manera las mujeres y los hombres se encuentran y ambos entienden que necesitan el uno del otro.
Quizás habría que empezar por aceptar las diferencias.
Desde el nacimiento el bebé va incorporando poco a poco la función materna, que es imprescindible para su supervivencia: el calor, la ternura, el piel con piel, etc. Pero sin la función paterna no podría crecer y desarrollarse: los límites, la diferencia, la capacidad de separarse, etc. Es mediante la unión de ambas funciones, la incorporación en su estructura mental de lo paterno y lo materno, como los hombres y las mujeres serán capaces de pensar, crear e imaginar.
Si se hace un proceso de integración de ambos aspectos en la mente, se tolerará el conflicto que provoca lo nuevo, lo distinto, con sus consecuentes frustraciones. Si esto en la mente no se ha podido hacer, lo más probable es que nos defendamos de aceptar lo diferente en nuestra vida y rechacemos aquello que no comprendemos, que no nos es próximo, como le ocurrió a la Papisa Juana y a los niños varones en el libro de Lessing. Porque en un esquema así la única posibilidad que queda es disfrazarse, ser igual.
Sin no se hace este proceso de crecimiento y maduración los caminos que encontramos para alcanzar los mismos derechos son siempre iguales, carecen de creatividad. Construimos sociedades fundadas únicamente en lo masculino o únicamente en lo femenino.
Lo paterno y lo materno, lo masculino y lo femenino es lo que nos enriquece, es de donde parte el verdadero conocimiento.
Reservados todos los derechos. Prohibida su reproducción total o parcial sin autorización de las autoras.
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