En nuestro entorno profesional hay una gran preocupación por la cantidad de diagnósticos de déficit de atención con o sin hiperactividad que se están dando y porque además estos diagnósticos, no se ajustan a la particularidad de cada niño y atienden parcialmente a lo que les está pasando y necesitan.
De hecho, el otro día firmamos un escrito dirigido a RTVE en el que protestábamos por las afirmaciones realizadas en el documental “La energía de los inquietos” emitido en Informe Semanal, el pasado 13 de enero de 2013. Este documental es uno de los muchos que informan del TDA con o sin hiperactividad desde una perspectiva biologicista.
El enfoque biologicista es el que entiende que las causas de un trastorno son biológicas, en el caso de TDAH, toma la conducta hiperactiva del niño como un problema de origen genético, sin tener en cuenta que los niños, independientemente de su genética, cuando se sienten mal lo expresan a través de su cuerpo.
¿Por qué nos preocupan este tipo de diagnósticos?
Porque son “muy socorridos”, engloban una gran lista de síntomas en los que podemos ajustar a un buen número de niños. De este modo pasamos de la incertidumbre del no saber a la seguridad del diagnóstico. Pero lamentablemente ya no es un diagnóstico personalizado, es una etiqueta.
Son varias las causas. Por un lado utilizando el poder que nuestra época otorga a la Ciencia Médica, el diagnóstico proporciona una calma emocional impagable. Como dijo una de las madres del documental: estaba esperando “aunque suene duro decirlo” que su hijo tuviese una enfermedad. De este modo acaba la incertidumbre, pero también impide comprender mejor lo que pasa al niño para solucionar de verdad su problema.
Por otro lado también los profesionales se ven sometidos a este tipo de presión. Llegan a la consulta niños con distintos síntomas cognitivo-conductuales, todos ellos en distintos porcentajes e intensidades acompañados de padres con la urgencia de calmar su ansiedad.
¿Qué consecuencias puede tener un mal diagnóstico?
Tener un diagnóstico de TDAH y el tratamiento de los síntomas contiene mucho la angustia familiar. Indudablemente tiene sus beneficios, pero al trabajar los síntomas y no las causas, a medio plazo la angustia no trabajada dará forma a otros problemas: Los niños crecen y ante nuevos retos evolutivos seguirán arrastrando sus dificultades no resueltas, aparecerán otros síntomas producto de los primeros. El tiempo pasa, el niño avisó de que algo en su desarrollo psíquico no iba bien, se va perdiendo la oportunidad de estructurar sanamente el psiquismo.
¿Qué papel tiene en todo esto la medicación?
En el caso de los niños con un diagnóstico acertado de TDAH la medicación puede ser necesaria. Pero estamos hablando de un descomunal porcentaje de niños diagnosticados de TDAH que no lo son. En estos casos la medicación es un recurso inútil para el niño aunque calme la ansiedad de sus padres y libere la presión sobre el profesional.
Pero es que además resulta contraindicado. El niño está en constante evolución, pasando por una serie de etapas evolutivas que de forma natural conllevan dificultades. Muchos de estos obstáculos son intrínsecos al propio desarrollo, a los desajustes de la relación padres/hijos,.. etc. Los niños con su comportamiento desorganizado nos están llamando la atención sobre algo que tenemos que intentar comprender. Si los adultos nos “hiperactivamos” y queremos resolverlo ¡ya!, si sólo nos fijamos en la conducta disruptiva del niño y la “resolvemos” con una pastilla el conflicto no desaparecerá, se tapará, perderemos la oportunidad de ayudarlo.
Desde otras especialidades contamos con puntos de vista que nos ayudan a tomar perspectiva. Os invitamos a que leáis la entrevista realizada al antropólogo Eduardo Menéndez.
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